(Continuando con lo de la fiesta de Rejas del Burgo en el año 54)    

   Los gaiteros se colocaron  en el lugar apropiado con el fin de que las ondas acústicas, llegaran al último de los  bailarines, todo iba correctamente hasta que alguno  dio la voz de que el local amenazaba ruina, como autómatas nos lanzamos a la única puerta de salida, queríamos alejarnos del peligro, y esta fue la causa  que la  salida se colapsó, impidiendo que las personas salieran a la calle en correcto orden.

   El motivo de esta anomalía fue debida a una pared que se había caído  en la parte trasera del local, unos decían que por causa  de la  tormenta, los de más allá, que por el retumbe de los gaiteros; total, que no se aclaró nada, y que estuvo a punto, debido a que todos queramos salir al mismo tiempo, que alguno saliera con un brazo roto o cosa semejante.

   A partir de este momento y como se había levantado  por causa de la lluvia un pequeño relente, nosotros nos recogimos en la casa que estábamos invitados, nuestra intención era  el habernos reintegrado a nuestro pueblo aquella  misma tarde, pero los señores que nos habían invitado, se empeñaron en que  debíamos estar hasta el otro día, nos parecía abusar tanto tiempo de su hospitalidad, pero ellos, casi sin dejarnos hablar, nos comunicaron: que la habitación estaba preparada, que la caballería estaba bien atendida  y no sé cuantas cosas más, de tal manera nos convencieron, que no nos quedó más remedio que acatar  su propuesta.

    Estábamos en éstas,  cuando se presentó una Sra. que ya habíamos estado con ella por la mañana, anunciándonos  que al otro día teníamos que ir a comer a su casa. Esta Sra. era  muy conocida de la familia de mi mujer; francamente nos metieron en un apuro, y al final lo dejamos que se  entendieran entre las dos. Resultado: que por la mañana almorzaríamos en casa de la primera y la comida  la haríamos en casa de la que nos había venido a invitar.

   El acuerdo concertado entre la dos mujeres, nos pareció acertado; como era un poco pronto para cenar,  junto con mi mujer fuimos a dar una vuelta por el baile, estaban en la pista de la tormenta, que ya se había sacado, y como la luz del Sol había desaparecido y la de la Luna estaba por llegar, para suplir las dos causas, colocaron en lo alto de unos postes de madera, unas bombillas  que aunque no daban mucha luz,  por lo menos nos podíamos ver la cara. Bailamos mal que bien un par de piezas, pero con la humedad

que había dejado la tormenta, más el relente que no dejaba de soplar, causas por las cuales yo sentía frío, ya que el traje que llevaba de moda en aquella época, llamado de mil rayas no era para aguantar las inclemencias del tiempo. A la vista de todo lo que antecede, sin pensarlo mucho nos reintegramos a la casa de nuestra anfitriona. Nos recibió con alegría. decía  que había preparado buena fogata pensando en el frío que hacía por la calle. Yo si he decir la verdad, agradecí al calor que irradiaban aquellos troncos de encina por toda la cocina.

Dicha cocina se hallaba  bien arreglada, con sus bancos correspondientes,  y como era de campana, el humo salía verticalmente para mezclarse con el aire,  por conducto del cono superior de la citada chimenea

  Ya nos quedamos al amor de la lumbre hasta la hora de cenar, que una vez toda la familia reunida, pasamos al comedor, como primer plato sirvieron unas alubias blancas de su cosecha; de segundo pollo guisado de los de trigo, que a mi la Sra me decía: "come, come, que es de trigo"...   El postre y el café no había costumbre, en lo alto de la mesa se hallaba una botella de anís, seguramente comprada por los pueblos de La Ribera del Duero, gran  surtido de sobadillos  y torta de chicharros. Todo esto hecho en la misma casa.      

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