CÓMO EJERCÍ DE "VIAJANTE TEXTIL" EN LAS VACACIONES DE 1948
Pausilipo
Oteo Gómez
En uno de aquellos días en
que me hallaba libre de servicio, en la ciudad de Figueras (Girona),
donde tenía mi empleo, me informé por conducto de un compañero, que
en el pueblo de Bañolas, vendían calcetines y otras cosas en la
misma fábrica a bajo precio. Aquel mismo día por la tarde me fui a
la estación de vía estrecha
que se halla en el barrio de Pedret, de donde salía el tren que me
llevaría al pueblo de Bañolas. Como los miembros de la Policía Nacional teníamos todos los medios de locomoción pagados, al enseñarle el carnet al revisor, al mismo tiempo que me lo devolvía, empezamos hablar de diferentes cosas y seguidamente se sentó a mi lado.
Comentamos el motivo por el cual realizaba dicho viaje, él,
conocía perfectamente Bañolas, me comunicó que había
diferentes fábricas, y que la mayor parte se dedicaban a lo
mismo, me aconsejó que visitara una en particular.
Al llegar el pequeño tren a la estación, nos despedimos deseándome
buena compra, dándonos la mano en la despedida.
Yo siguiendo las instrucciones que me había dad el revisor del
tren, me llegué hasta la
fábrica que me recomendó, llegado que hube, hablé con el guarda,
comunicándole mi presencia allí, él, muy atento me dio algunas
explicaciones y entre ellas, que no vendía a particulares, pero en
ciertas ocasiones hacían la vista gorda,
y este caso podía
ser el mío, y seguidamente
me presentó al responsable
de todo aquel complejo. Al explicarle mi presencia
en dicho lugar, después de darme a conocer,
el responsable, me recomendó lo que más me podía convenir
para revenderlo con alguna ganancia y sin grandes complicaciones. Me
enseñó algunos artículos,
sobre todo calcetines, no me pareció mal, según calidad y precio,
así que después de pensarlo y ateniéndome a lo que él me
aconsejaba, quedamos en que me llevaría
seis docenas de pares, llevaban la marca de la casa, y me
aseguro que eran fáciles de vender, incluso en tiendas, ya que me lo
ponía al por mayor.
Al recorrer la fábrica, nos topamos con unas estanterías
llenas de mantelerías, le pregunté sólo por curiosidad si
también vendía aquello .me contestó que todo lo que se hallaba en
la fábrica estaba a la venta, le dije que me enseñara una por si me
interesaba, perdió tiempo, sacando de la caja
una muy vistosa y completa con sus doce servilletas, me gustó
por la calidad de la tela y lo bonita que era, pensé si el precio me
convenía seria fácil
venderla a particulares; hablamos, nos entendimos y le dije
que me quedaba con dos, siempre que los colores fueran
diferentes. De acuerdo quedamos, lo empaquetamos todo lo mejor
posible, se metió en una caja bien atada, se echo la cuenta, le pagué
el importe de todo, y seguidamente nos despedimos deseándome buena
venta y yo diciendo que si me iba bien, volvería.
Ya tenemos los calcetines bien colocados en la maleta, y
las mantelerías en una caja bien atada, solamente he de esperar
cuatro días que será cuando
empieza el mes de vacaciones, por lo tanto, el género me acompañará
hasta las tierras de Soria. Llegado el día, con los pases correspondientes, y la orden de servicio en el bolsillo y los dos bultos (que en aquella época no sentía el peso), emprendo el viaje por ferrocarril, para después de hacer trasbordo en Barcelona y Calatayud, llegar a la estación de San Leonardo de Yagüe. Quise tantear el asunto de los calcetines en algunas tiendas; no tuve que emplear muchas palabras, los vendí todos a buen precio en un acreditado comercio. Les enseñé las mantelerías..., pero aquello era otra cosa, les interesaban, sí, pero aun precio que no estaba de acuerdo con lo que yo quería, así que no me quedó más remedio, que arrancar con ellas al pueblo. Como en aquel tiempo no había taxis en San Leonardo, y coches pasaba uno a lo mejor cada semana, por tal motivo la situación no era nada halagüeña, de la estación al centro de San Leonardo, había un carrito que se dedicaba a ello, mediante el precio correspondiente según bultos y peso, pero desde éste, a Santa María de las Hoyas que es mi pueblo, hay diez kilómetros y si no había algún conocido por allí con caballería, para que me lo llevara, tenía que dejar en la posada el equipaje, ir al pueblo andando, y al otro día volver con una caballería de la familia para llevarlo a casa.
Que
tenga en cuenta el que lea esto, que estábamos en el año 1.948, el racionamiento estaba implantado en todo el territorio
nacional, incluso las patatas había
que comprarlas con la cartilla que cada ciudadano tenía, las
carreteras estaban en
malas condiciones y coches, incluso en las capitales, había muy
pocos. Por entonces salió
una marca de coches que se llamaba
“ biscuter “ o algo así, no tenía marcha atrás
y había que darle la vuelta a mano.
Volviendo al asunto de las mantelerías, una la pude vender en
el pueblo de Muñecas (que es pedanía de Santa María) la otra, no
había forma de quitármela de encima, pero una mañana, clara,
despejada, y con buena propagación, mirando al Castillo y a la Ermita
del Santo Cristo de Miranda, desde el balcón de la casa de mi padre,
pasó por mi imaginación algo, que no sabría
explicarme como llego a mis sentidos, y me dije: ¡las Hijas
de María la pueden rifar, y
una parte de los beneficios que
sean para la ermita del Santo Cristo¡
Sin dejarlo de la mano, ni corto ni perezoso, me decidí, y fui
a visitar al Sr. Cura. Una vez saludado
etc. etc. en pocas palabras le presenté mi programa. Él, que
no hay inconveniente, que las Hijas de María se encargaran de todo.
(Aclaración: las Hijas de María eran todas las mozas casaderas del
pueblo, que en aquella época había muchas, ya que las familias eran
todas largas de hasta 8
hermanos o más).
Seguidamente el Sr. Cura muy
astuto, me dijo si regalaba la mantelería al Santo, le dije sin
dejarla caer, que para mi quería 500 pesetas; retrocedió
y anunció que harían mil números a peseta cada uno. Me
parece muy bien -contesté- ahora
mismo voy a por ella y
pueden empezar la labor
cuando gusten. Todo salió a pedir de boca, se vendieron los boletos, se hizo la rifa, la tocó a una moza de Muñecas, que quedó muy contenta, el Sr. Cura me abonó las 500 pesetas ajustadas, me gané en la operación 250, que por entonces era el sueldo de medio mes y mucho más de lo que ganaba un obrero en 15 días.
Con
lo sacado en la rifa, y
la venta de las seis docenas de pares de calcetines y la otra mantelería,
resultó un negocio en pequeño, bastante sustancial.
De esta forma se terminó la odisea de los calcetines y las
mantelerías, pues aunque se luchaba por ganar algo, para mí, era
casi más interesante el hablar y conocer las personas y también,
tener algo positivo en qué pensar. Girona, Junio del 2002 |