HISTORIA DE UNA AVENTURA ACAECIDA EN MIS AÑOS MOZOS

          En  el año 1.948 estando yo PAUSILIPO OTEO GÓMEZ en el punto avanzado de La Junquera (Gerona) como Policía Nacional, marché con un mes de vacaciones  a Santa María de las Hoyas (Soria), siendo este mi pueblo natal, y donde en aquellas fechas, estaba toda mi familia. Una vez  allí, mi padre que se llamaba Felipe Oteo Alonso, me dijo que tenía que ir a Guijosa, un pueblo distante unos ocho kilómetros, a por cuatro sacos de pulpa que una vez remojada, se les daba a las vacas como pienso.

          Ni corto ni perezoso, aparejo el macho, preparo las sogas , me monto en la caballería  y paso a paso, llego al pueblo en que se hallaba el almacén de piensos.

         Dio la casualidad que aquel día no sé porqué, era fiesta en el mentado pueblo. Sin más gestiono el asunto que me llevaba, quedo con el  almacenista en cargar a tal hora, dejo el macho atado en una cuadra que tenía el de los piensos, y seguidamente me voy al baile, que por cierto hacían la música unos gaiteros conocidos míos vecinos del pueblo de Fuencaliente.

        Yo por aquellos años era bastante espadillado y experto en tratar a las mozas  y después de  una ojeada a toda la concurrencia, decido sin motejemos ni trabas llevar mis pasos a pedir un baile a una real hembra, que por aquellos pueblos y en dichos tiempos era muy difícil de encontrar. Me miró de arriba a bajo, todo seria, creo que con asombro por mi osadía  en llegar hasta ella sin conocerla para nada. Después de pensarlo un poco, dijo que no tenía inconveniente, saliendo acto seguido a danzar, por parte de ambos con soltura y decisión. Un sueño me parecía tener aquel cuerpo entre mis brazos, se cimbreaba como mimbre en día de viento, seguimos  unos minutos sin decir una palabra, hasta que por fin, rompo el silencio  para alabar sus finos movimientos.---Baíla  Vd. muy bien señorita.----- Regular. Vd. también lo hace bien.—Digamos que nos entendemos y eso es lo más importante.

        Termina aquella pieza  y no se porqué  nos quedamos juntos charlando de cosas del pueblo, la animación en el baile  y algunas otras cosas todas por mi parte, preparatorias de una futura amistad. Vuelven  los gaiteros a lo suyo, nosotros a lo nuestro para encontrarnos en aquella plazoleta  llena de polvo dando vueltas como los demás. Seguimos hablando, los chupiteles se van deshaciendo, nuestros ojos  se sostienen  ya algunos momentos, y mis manos aun que quietas,  se ven juguetonas.

         Son pocas y a veces ninguna las parejas que salen del baile, pero yo, echando la culpa  al dichoso polvo de la plaza, la invito  a dar un paseo hasta el molino que se halla a unos doscientos metros del pueblo, con su hablar cadencioso me dice que soy un poco atrevido, pero al insistir como arrullando mis palabras, logré convencerla, eso sí, anticipándome algunos reparos, pero para mi dije, algo es algo, lo demás, si hay suerte, vendrá después. Una vez dejamos atrás el ruido de la música,  hablamos  como loritos, ella me salió un poco preguntona,- Que como me encontraba allí, donde vivía, a que me dedicaba, etc. etc., yo no  hallé inconveniente  en contestar a su preguntas, incluso corregidas y aumentadas, pero aunque hubiera dicho la pura verdad, con 172 de estatura, bien proporcionado y la profesión que tenía, era suficiente en la década de los cuarenta, para convencer  a cualquier moza de aquellos pueblos.

            Seguimos  hablando  hasta llegar al molino, yo quise tirar a lo derecho, aunque sabía que era un poco prematuro, pero como la ocasión era que ni pintada, no quería desaprovechar  aquel momento, la dejaba el ramal suelto de vez en cuando, aunque algunas veces la bailaba el agua sin dejar de hacer de vez en cuando alguna observación  después de tanto  bla, bla,  facilona parecía, intenté hacer algún malabarismo con las manos, pero si estas se juntaban por casualidad, ella aunque vacilante las apartaba.

          Me dijo que su trabajo lo tenía en Barcelona cuidando niños, cuando la comuniqué que mi destino era La Junquera, provincia de Gerona, se alegró mucho, en estas estabamos cuando llegó la noche, regresamos al baile, por mi parte de muy mala gana, pero hube de comprender que una pareja fuera del baile en aquellos tiempos, producía comentarios nada beneficiosos sobre todo para la mujer; así  que atendiendo a sus ruegos, nos incorporamos al baile empezando a dar vueltas como los demás  , envueltos en aquel dichoso polvo. Mirando por el rabillo del ojo, veía que la gente nos observaba, sobre todo las mujeres, yo no conocía a su madre, pero estoy seguro que estaba atenta a nuestros movimientos.  De todas las maneras, ajustándonos a la realidad, llamábamos la atención en aquel pequeño pueblo, ella, una real moza, bien proporcionada y vestida así como de capital; yo por mi parte, como tengo abuela, he de decir que no era nada despreciable.

       Ya anteriormente, nos habíamos dado a conocer nuestros respectivos nombres, me dijo que se llamaba Juana, el mío, al  principio, la causó sensación, por lo extraño y nada corriente. Nos reíamos de nuestras ocurrencias y más contentos que unas pascuas seguimos bailando. De vez en cuando a hurtadillas, se echaba su cara sobre mi hombro, yo la dejaba hacer, y me parecía que estaba en la gloria.

           Dejaron de tocar los gaiteros, el baile se terminó, y tanto chicos como grandes se desperdigaron  por las bocas calles que hay en el pueblo con el fin de recogerse cada uno en su casa. Nosotros, nos retiramos a una esquina  cerca de su vivienda; charlamos de diferentes cosas, entre ellas, nos confabulamos para ir juntos  a Barcelona desde Calatayud, ella montaría en el “ Gallego “ y yo en el de Burgos en la estación de San Leonardo de Yagüe  con el fin de hacer transbordo en  Calatayud, quedando en que estaría asomada  en la ventanilla de los últimos vagones y si era posible, guardarme un asiento.

          En esta estábamos, cuando un mozo hermano  de Juana, según me dijo ella, y jurando más que un carromatero, estaba merodeando cerca de nuestra esquina, por lo poco que llegué a entender, estaba en contra mía, yo por aquel entonces, era muy difícil asustarme, pero mi acompañante, dándome la mano, con un fino movimiento y con un sencillo Adiós, se alejó corriendo hacia su casa. La seguí con la mirada, mientras su hermano lanzaba pestes a diestro y siniestro, sin embargo yo pensaba, que si la suerte me acompañaba, pronto volvería a verla, me alejé del lugar así como chiflando  y con paso decidido, por el rabillo del ojo, miraba de vez en cuando para atrás, nadie me seguía, y como la casa del de los piensos estaba cerca, llegué en un “periquete”.

         Sobre las once de la noche serían cuando llamé a la puerta, me estaba esperando, él, muy campechano y hablador, mientras íbamos al almacén que era donde tenía atado  la caballería, me comentó algo de la Juana, yo me hice el  “longuis” pero se conoce que ya se habían corrido por el pueblo mis andanzas. Desaté la caballería, cargamos los cuatro sacos de pulpa, hizo la cuenta,  le pagué, y dándole las gracias al mismo tiempo que nos despedíamos, con el ramal ya en  mis manos del  que llevaba la carga, me alejé hacia la calle principal que era la carretera.

         Llevaba andando junto a la caballería unos trescientos metros, ya fuera  del pueblo, cuando me encontraba  a la altura del cementerio ( estos sitios siempre les he tenido un poco de respeto), oigo grandes voces a mi espalda, vuelvo la vista, y que espanto sería el mío, cuando llegué a distinguir cuatro sombras, que parecían fantasmas o gente de ultratumba, no temblé, me paré en seco, pero me resigné a morir no sin antes defenderme hasta con los dientes, no sé porqué, en una fracción de segundo, pasó por mi mente que a lo mejor eran extraterrestres  y que venían a por este pobre mortal, para llevarle a otro planeta, o las calderas que tiene Pedro Botero en sus cavernas.

         Los bultos se acercaban, los gritos seguían, llegando como a oír: no tengas miedo, Juana, ratas. me confundía todo aquel griterío, ya que parecía que no tenía relación, Según las distancias se iban acortando, me percaté que eran cuatro mozos del pueblo, entre ellos el hermano de Juana, pero por sus palabras, apariencias y movimientos, llegué a comprender que venían en son de paz.. Una vez llegados donde yo estaba, me dijeron que tenía que volver al pueblo, que estaba invitado a comer ratas y no sé cuantas cosas más. Les hice los cargos, la caballería cargada, la hora que era, la preocupación de mi familia, etc. etc., nada, todo inútil agarraron el ramal, dieron la vuelta al animal, y como contra la fuerza no hay resistencia, hube de rendirme contra mi voluntad, aunque pasados los primeros momentos me llené de alegría, pensando que volvería a ver la moza que cuando me echaron el alto llevaba en el pensamiento.

         A continuación, les comuniqué, que al animal había que quitarle la carga, y que después tenían que ayudarme a volver a cargar, de acuerdo quedamos, y sin más dilación desandamos el camino. Comentamos lo de las ratas, ellos decían que era un verdadero manjar, que las habían cazado esa misma mañana a la vera del convento; insistieron una y otra vez, que una vez probadas me gustarían. En estas pláticas  estábamos cuando divisé la esquina de mis aventuras, llegamos y nos metimos en una casa  de planta baja dedicada para cuadra, descargamos la pulpa, até al animal a un pesebre que allí había, quedando el animal chascando un poco de paja. A mí  me llevaban como preso, sólo me faltaban los grilletes, el hermano de Juana llevaba la voz cantante  y a cada palabra, juraba y se respingaba haciéndose  el valiente. Subiendo por una escalera de madera, llegamos a un amplio comedor donde se hallaban algunos jóvenes de ambos sexos  que charlaban animadamente  de diferentes cosas, al entrar yo, durante un momento, hubo un pequeño cuchicheo, nadie me presentó pero todos me conocían, aunque no fuera más que desde aquella tarde.

        Mi sorpresa  fue  mayúscula, cuando vieron mis ojos entrar por la puerta de la cocina a la mujer de mis últimos pensamientos, llevaba puesto un  delantal con ribetes coloreados que hacían juego con sus mejillas, más que una cocinera parecía una reina dispuesta a dirigir la palabra a sus súbditos; se llegó donde yo me hallaba, me tendió la mano  y acompañando a una bella sonrisa  me dijo musitando que se alegraba de volverme a ver; yo le devolví el cumplido.  

         En la cena, todo fueron risas como de gente joven, se comentó lo de las ratas, que si me habían gustado y francamente he de decir que sí, que estaban estupendas. La Juana la tenía a mi lado, pero no intenté hacer nada que llamara la atención, por respeto a los comensales. Terminado todo lo relacionado con el yantar, se disolvió la reunión a altas horas de la noche. Yo quise alargarme un poco más, ya que me atraía la compañía de la Juana; los que tenían que ayudarme a cargar la caballería me urgían, sólo nos quedó tiempo para reafirmar nuestra unión en Calatayud.

         Nos despedimos mirándonos  a los ojos y con un fuerte apretón de manos. Con los que me ayudaron a cargar la pulpa, quedamos como amigos, diciendo que siempre que pasara por allí  no dejara de hacerles una visita, seguidamente emprendí la marcha para mi pueblo. Mi padre cuando me vio entrar en la casa con los cuatro sacos de pulpa, respiró, ya que le tenía preocupado mi tardanza, no tuve tiempo de comentarle nada,  seguidamente, una vez  descargada la caballería, nos fuimos a dormir, al otro día comentamos la tardanza, yo le contesté a mi manera, y los dos quedamos contentos.

           Cuando llegó el día de la marcha, monté en el tren en San Leonardo de Yagüe para llegar sobre tarde a Calatayud. Hube de esperar dos horas que me parecieron una eternidad, hasta que llegó el expreso que nos conduciría a Barcelona. La Juana estaba asomada en la ventanilla de los últimos vagones, según se había quedado cuando nos despedimos en su pueblo, mi maleta empujada por  mis dos brazos, y asomada ella medio cuerpo, llegó a alcanzarla  y seguidamente la metió en el vagón. La gente se apelotonaba y se empujaba deseosos de entrar los primeros, ya que, en aquella época y más en aquel tren, era muy difícil  encontrar asiento, los que no lo conseguían, quedaban en el pasillo sentados a medio lado en su maleta, que normalmente  eran de madera, y muchos llegaban a la Ciudad Condal en esas condiciones, yo, dentro de lo malo, tuve suerte, ya que en Zaragoza se bajó una pareja que estaban en el mismo departamento que mi acompañante, y como ya estaba apalabrado, sin más trámites, me senté al lado de la Juana. Mucho habría que hablar del famoso tren Gallego, eran los tiempos que se empezaban a poner las vacas gordas, los del “terruño” , buscaban una vida  mejor y sin pensarlo mucho, se originó el éxodo a las grandes capitales; trabajo no faltaba, aunque mal pagado, se podía ir tirando, con la esperanza que los tiempos cambiaran.

        Por fin, llegamos a la Ciudad Condal, el tren descargó la mercancía humana, aquello parecía un hervidero de gente, gritos, voces,... unos que bajaban, otros que esperaban; al rato aquello se descongestionó, y los que no teníamos  prisa, salimos a la calle sin apretujas.

        Cuando llegó el tranvía, montamos y nos llevó no muy lejos de la pensión que yo conocía  por haber estado allí otras veces . Dejamos las maletas, la invité a subir a una habitación, por lo menos para asearnos un poco, no aceptó, y se hizo en los servicios cada uno en su lugar correspondiente, una vez lavados la cara y demás, nos sirvieron un café con leche y unas pastas, después como ninguno de los dos teníamos prisa, pensamos de ir a dar un paseo por la capital. Un rato andando y otro a pie, llegamos a la playa. Cuando mis ojos vieron unas barcas varadas a la orilla del mar, pensé, "esta es la mía", busqué al barquero que se hallaba tomando una cerveza en un chiringuito, le dije si alquilaba una barca, y una vez junto a ellas, me dijo señalando: "ésta, que es la más segura". Quedamos en que según el tiempo que la empleara, me cobraría. La Juana, conforme, montamos, ella bien colocada en la parte de adelante, yo remando. Nos habríamos adentrado unos  cincuenta metros, que a mi me parecía que estabamos en alta mar, cuando miro para atrás, y veo que la gente se ve pequeña, creo llegado el momento, dejo los remos, voy a acercarme a mi acompañante, ...¡que momentos más tristes¡,... aquello se balanceaba  a semejanza de una cáscara de nuez perdida entre las olas. La Juana gritaba y lloraba. Yo temblaba, quiero rectificar, pero me costaba tanto trabajo, que el miedo se apoderó de ese pobre mortal y pudo más éste último que el deseo; volví la barca hacia el embarcadero, como Dios me dio a entender, en un principio, con el pánico que nos entró a los dos, yo no acertaba a mover los remos, la Juana seguía llorando, y yo no lo hice por que parecía que no era cosa de hombres, por fin , llegamos a la orilla, estuve tentado de ponerme de rodillas y besar  tierra .

        Sin más entretenimientos  y con el rabo entre piernas, nos llegamos a la pensión, al mismo tiempo que comentábamos la aventura, tomamos un bocadillo acompañado de una cerveza; nos intercambiamos nuestras direcciones  con el fin, de escribirnos para seguir la amistad  entre ambos.

         Al despedirnos, me dio un beso, al mismo tiempo que me encargaba que no dejara de escribirla, y sin más me fui a la estación de Francia  a montar en el tren  que me llevaría hasta Figueras, y desde allí, en  autocar a  La Junquera que era mi punto de destino en aquellos momentos.

          Gerona, Diciembre del 2001-----Firmado:  PAUSILIPO OTEO GOMEZ

         Continuará....