Donde se da cuenta de la graciosa aventura que pasaron el Tiburcio y el Calonges de Muñecas, en el pueblo de Guijosa

- I -

    Los del pueblo de Muñecas

siempre aventureros fueron

allá por los años treinta

iban comprando y vendiendo,

con sus carros y sus mulas

llegaba hasta Toledo.

 

    En Hontoria o San Leonardo

compraban la pez, que luego,

la vendían o cambiaban

por pieles, lana o centeno.

 

    También compraban cochinos

en Salas o Villadiego

daban voces por las calles

cuando llegaban a un pueblo,

anunciando con sus gritos

que ha llegado el cochinero.

 

    Por su forma de vestir

y su porte desenvuelto

pronto se les conocía

como tratantes en cerdos.

 

    Aquella famosa blusa

abierta, de color negro

con su faja a la cintura

y cachavita de fresno,

el hacía inconfundibles

por su singular atuendo

donde quiera que se hallaran

en primavera o invierno.

 

    El Tiburcio y el Calonges

a San Esteban se fueron

y al regresar por la tarde

en Guijosa, que es un pueblo,

en una dehesa cercana

algunos vecinos vieron,

que hablaban o discutían

cuánto costaría aquello

por segarlo y darlo vuelta

y más tarde, recogerlo.

 

    No lo pensaron dos veces

prisa, no tenían ellos,

confabulados los dos

pensando en robla y tropiezos,

dejan los mulos atados,

se van al Ayuntamiento,

hablaron con el Alcalde,

dicen que estaban dispuestos

a segar aquella dehesa

si les convenía el precio.

 

- II -

    Más segadores había

venidos de otros lugares

con su colodra y pizarra

y sus afilados dalles,

esperando la subasta

para quedarse o marcharse.

 

    Una guadaña pidió

el Tiburcio a uno en la calle,

se puso a segar al viento

daba bendición mirarle:

¡qué movimientos! ¡qué alarde!

todos los que allí le vieron

pensaron en contratarle.

    En la subasta bajaron

a un precio casi de balde,

se lo asignaron a ellos

en aquella misma tarde.

 

    La "robla" era su obsesión

antes, que el campo segarle

decían, después irían

a su pueblo a por los dalles

y con ellos se vendrían

"el del molino" y su padre.

 

    Les convencen de tal forma

que hoy no se lo cree nadie

que aquello pudo pasar

y sin embargo, es viable.

 

- III -

    Era costumbre la "robla"

cuando algún trato se hacía

reunirse las dos partes

en hermandad y armonía

dando fuerza a lo tratado

con una merienda fría.

 

    Los vecinos como siempre

cuando esto sucedía

se marchaban a sus casas

traían lo que tenían:

uno, un trozo de chorizo

el otro, media morcilla,

de más allá, un tomate

que luego lo repartían

y el Ayuntamiento el vino,

en abundancia ponía.

 

    Los héroes de esta historia

el "saque" bueno tenían,

las vituallas en sus manos

bien pronto las consumían,

sin olvidarse del "jarro"

que a morro siempre bebían.

 

    Se pusieron como "el Quico"

que allí siempre se decía

a aquel que comía mucho

con gana y con alegría.

 

    La conversación giraba

cansada por repetida,

quién segó antaño la dehesa

y si tardó tantos días.

 

    Ya se terminó el yantar

sin embargo, la bebida

en jarros de dos "cuartillos"

con presteza se movía.

 

    Qué bueno que está ese vino

con su famosa "chispita"

que al mismo tiempo que bebes,

el bigote te salpica.

 

    La "robla" se terminó

como todo se termina

salen del Ayuntamiento

charlando con alegría,

el Tiburcio se miraba

la ya abultada "barriga",

quién sabe lo que pensaba,

sabe Dios qué pensaría.

 

    Del Alcalde se despiden

diciendo que al otro día

con sus dalles afilados

y sus "colodras", vendrían

con dos segadores más

y la dehesa segarían.

    Todos quedaron de acuerdo

con natural armonía

el Tiburcio y el Calonges

cogen sus caballerías

y a la vera del Convento

el sueño ya les podía.

 

    Al unísono los dos

dicen con gran alegría:

-"a la sombra de estos muros

yo una siesta me echaría".-

 

    Dos pareceres iguales

pocas veces en la vida

han coincidido tan bien

sin trabas ni diatribas;

y uniendo lo dicho al hecho

dejan las caballerías

"paciendo" la fresca hierba

que en abundancia allí había;

mientras ellos, sudorosos

en la sombra se metían

y en un cerrar y abrir ojos

como santos se dormían.

 

    Los resoplidos que daban

como si fuera a porfía

el torreón del Convento

que muy famoso fue un día,

un testigo mudo fue

de la sonada dormida.

 

    ¿Qué hubieran dicho los monjes

si les ven en esas "pintas"?

Que la vida es como es

ayer, hoy y cualquier día

el que coge una "merluza"

sabrá como digerirla.

 

    Allí pasaron la tarde, la noche

y la mañana venida,

una mujer que iba al campo

quedó algo sorprendida

al ver aquellos dos hombres

que parecían sin vida.

 

    Asustada y presurosa

como el caso requería

se volvió a dar cuenta al pueblo

de lo que allí sucedía.

 

    El alguacil y el Alcalde

salieron a toda prisa

y en el camino encontraron

al Manuelón y al "Boquita".

 

- IV -

    Después que se saludaron

el Alcalde preguntó:

-"¿Venís a segar la hierba?"-

-"¿qué hierba?, nada sé yo"-

dijo entonces sorprendido

y extrañado el Manuelón.

-"Nuestra dehesa comunal

que ayer tarde se ajustó

a dos hombres de tu pueblo.

Dijeron venían hoy."-

 

    -"Son los mismos, venimos

por si algo les pasó"-

-"No digas más, que son ellos

los que hay en el torreón

que ha venido una mujer

diciendo que allí hay dos

hombres, que están como muertos"-

-"Hubo robla?"-

-"Sí"-

-"¡Vive Dios!

-"¡Están durmiendo la "mona"

con toda satisfacción!"-

 

    Mientras iban a buscarlos

salió la conversación,

decían los de Muñecas

con muchísima razón

cómo ajustarles la dehesa

al pueblo se le ocurrió

cuando lo suyo no siegan

que no llega al "gabijón".

 

    -"¡Parecían gente buena!"-

el Alcalde contestó,

-"¡Cómo segaban al viento,

daba verlos bendición,

lo mismo afilando el dalle,

con qué aire...

era como una canción!"-

 

    En esta conversa estaban

cuando dice el Manuelón:

-"¡No hay duda, ellos son,

a estos les sientan las "roblas"

como a lagartija el sol,

que no mueven pie ni pata

si no es por obligación!"-

 

    -"¿No los veis?, parecen muertos"-

    -"¡No lo crean eso, no!"-

    En aquel mismo momento

una yegua relinchó;

verlos despertar, fue un caso,

miraban alrededor

como si hubiera estallado

una bala de cañón.

 

    -"¿Qué es esto?"-

dijo el Tiburcio

-"¿Porqué se nos despertó?"-

    El Alcalde dijo entonces:

-"¿No sabéis la obligación?

lo que ayer tarde decíais

todo el pueblo en reunión,

que la dehesa segaríais

en este día de hoy?"-

 

    -"Señor Alcalde: perdone"-

dijo serio el Manuelón,

-"¡Déjelos a estos tranquilos

porque su gran ilusión.

son las "roblas" y meriendas

con el jarro y el porrón

y cuando llenan la tripa

para hacer la digestión,

buscan como el perro, cama

y si es a la sombra, mejor!"-

 

       Gerona, Mayo de 1.988

 

Autor: Pausilipo Oteo Gómez