COMO SE COMPRARON Y VENDIERON LOS MECHEROS Y PEINES. CON TODAS SUS AVENTURAS
Los meses se
iban pasando, la canción de la frontera seguía con las mismas
notas, cada uno hacía lo que podía, siempre guardando la
responsabilidad, al
siguiente año las vacaciones me
interesaron para el mes de Julio.
A
últimos de Junio, y pensando en el permiso, me llegué a Perpiñan, ya
que las informaciones que llegaban al Destacamento, en dicha capital
francesa se podían comprar los mecheros y alguna otra cosa más, a buen
precio. Era la primera vez que visitaba una capital extranjera, no me
pareció mal a primera vista, los almacenes estaban bien surtidos de
toda clase de mercancías. Pronto encontré lo que buscaba, traté
personalmente con el encargado, sobre precios de los mecheros, no podía
regatear, porque allí todo estaba marcado al por mayor, aún así, por
tratarse de cantidad, me hizo una pequeña rebaja. Total, compre seis
docenas de mecheros y dos de peines, los empaquetamos bien, y con ellos
para España; en la frontera no encontré inconvenientes, ni siquiera me
preguntaron que traía. He comentado en páginas anteriores en esta
biografía, que los Policías Nacionales, teníamos por aquella época,
demasiada libertad. Cuando llegó el día del permiso, se me dieron dos hojas, la una para entregar al revisor, ya que ponía por cuenta del Estado, y la otra decía: Dirección General de Seguridad, orden de servicio a favor del Policía Don Pausilipo Oteo Gómez para que se traslade desde La Junquera (Gerona) a Santa María de las Hoyas (Soria) ordenado por la Superioridad.
Con ellas en el bolsillo y la maleta con la mercancía, espero en la puerta de Comisaría la llegada de algún coche, normalmente eran extranjeros los que pasaban por
aquella fecha, al primero que se presentó, le dije en un francés un
poco a mi manera, que era Policía y si
me podía llevar hasta Barcelona, él encantado y yo contento.
Enlacé con el tren Gallego, y en Calatayud, hube de esperar al otro día
para coger el Santander –Mediterráneo,
que me llevaría a la estación de
San Leonardo de Yague; una vez allí y como mi pueblo se halla
a diez kilómetros, y era muy difícil que en aquella época
pasara ningún coche, no me quedó más remedio que llamar al único
taxi que había en el pueblo, montamos los dos, quiero decir: la maleta
y yo, y sin más inconvenientes llegamos
a Santa María de las Hoyas, después de saludar a toda la familia
con las preguntas de rigor, quedamos todos contentos. Se
encontraban en todo el apogeo de segar la yerba
y al otro día bien de mañana, afilo la guadaña y con ella al
hombro y la colodra con el agua y
la pizarra correspondiente atada al cinto, me presento en el tajo; ya
estaban mi padre y mi hermano, pero al entrar yo en acción, se conocía
el avance que se daba sobre todo en los tornaillos, así se
pasaron los tres días segando y metiendo la yerba una vez seca en el
pajar. Llegó
el sábado día de mercado en Huerta de Rey (Burgos), yo tenía
que procurar vender el género que portaba en la maleta, y después de
decir a la familia de lo que se trataba, sin pensarlo más, con una
bicicleta de mi cuñado Crescencio que había en casa, en una caja de
madera metí tres docenas
de mecheros y algunos peines, les coloqué bien en el porta –bultos
y la dije a mi hermana Flora que no me esperaran para comer. Sin novedad llegué al pueblo antes
mencionado, no sin antes pasar por Muñecas,
Orillares,
Espeja y la Hinojosa, pueblos todos estos de la provincia de Soria, de
este último tuve un asistente cuando me encontraba en la Mili, llegué hasta su casa preguntando, nada más verme me
saludó con gran contento y seguidamente me presentó a toda la familia,
me hizo casi a la fuerza comer
unos torreznos, que en aquel momento se disponían almorzar, una vez
terminado el yantar, me despedí de aquella familia, y marché al
siguiente pueblo que era Huerta de Rey y donde yo
tenía esperanza de vender el género que llevaba. Así las cosas, empecé
a visitar sobre todo bares, los
mecheros tuvieron buena acogida ya que los vendí en tres locales
y a buen precio, eran llamativos,
y casi lo mejor que había en aquellos tiempos, éstos consistían
en un hueco por el cual se metía
el algodón empapado de gasolina y una mecha como la de las velas que
salía al exterior por una especie de tubo pequeño, que al saltar la
chispa que se producía al
frotar la rueda con la mano, en ese momento
se encendía la citada mecha, y para apagarlo, se le ponía la
tapa que cerraba de forma hermética, con el fin de que no se evaporara
la gasolina. Los peines venían
en juegos de cinco, de diferentes tamaños y colores, muy llamativos,
visité algunas peluquerías de señoras, en las que pude colocar tres
juegos, con bastante esfuerzo por que aquella Sra. regateó hasta el último
momento.
Después de comer en una pensión, regresé a casa por el mismo
camino, todo de un tirón, y
aunque la carretera no estaba en muy buen estado, la bicicleta se podía
mover a sus anchas. Una vez
en el pueblo, me reincorporé al
trabajo de cada día, que consistía en segar y meter la yerba en el
pajar, ya destinado para tal fin.
La siega de la mies, o sea el trigo, cebada, avena, centeno, etc.
se empezaba a segar a partir de la Virgen del Carmen, y en este día, la
mayor parte de los vecinos, iban a El Burgo de Osma a comprar sobre todo
botijas de Tajueco, que hacían el agua muy fresca
y lo más necesario para pasar los días de la siega.
Así llegamos al 25 del mes de Julio, en el Burgo de Osma
es fiesta y mercado, yo
quiero aprovechar ese día por ver si vendo la mercancía, y bien de mañana,
lo ordeno debidamente en la caja de marras, lo ato en el porta bultos de
la bicicleta, y emprendo el camino, con la ilusión que caracteriza a la
juventud cuando se siente segura del terreno que pisa, ya que la
orden de servicio que llevaba en
el bolsillo, en aquellos, tiempos daba mucha seguridad. El traje que me
puse para un día de verano, consistía en un pantalón y chaqueta de
mil rayas, muy de moda en aquella época y en la sobaquera
con su correspondiente funda, invisible, la pistola reglamentaria
del nueve corto.
No pasé por Ucero, que era
donde vivía mi cuñado Crescencio con mi hermana Paulina, no
fuera que le hiciera falta la bicicleta, haciéndole los cargos, me la
dejaría para ir, pero a la vuelta a lo mejor me decía que la dejara en
su casa, este plan a mi, no me convenía, ya que teniéndola en casa de
mi padre, podía disponer de ella en cualquier momento. Llegué a El
Burgo sin novedad, dejé la bici en una casa que conocía y con la caja
en la mano, empiezo a visitar los bares, y demás sitios posibles
compradores de lo que llevaba. Hubo suerte con los mecheros, ya que en
cuatro casas que visité, me los compraron todos a un precio muy
favorable para mi, sin embargo lo peines no había forma de quitármelos
de encima, llegué a ofrecerlos en las peluquerías sobre todo en las de
señoras, después de mucho hablar, se quedaron con dos juegos, ya he
dicho anteriormente que cada juego se componía de
cinco piezas, de diferentes colores y tamaños.
A la hora de la comida, me llegué a la taberna que se llamaba
del “Machote”, gran amigo mío, que nos conocimos en
los tiempos de la mili en el Cuartel de Castillejos
en Zaragoza, pasé un rato
muy agradable en su compañía,
recordando tiempos pasados y sobre todo cuando yo le podía proporcionar
algún chusco de vez en cuando. En
estas estabamos cuando tres
mozos de mi pueblo se presentaron allí a tomar café, hablamos de mi
presencia en El Burgo, según ellos habían
venido a comprar unos cerdos, para en los meses de invierno hacer la
matanza, terminada la conversación y como el tiempo se pasaba,
dije que tenía que ir alguna tienda, por ver si vendía algo de
lo que me quedaba, salimos los cuatro juntos, pero al pasar por la
plaza, y ver el tablado de la música, no sé porqué, me vino al
pensamiento que podía venderlos empleando el sistema de los
charlatanes, (que también hay que tener valor para ello) sin pensarlo
mucho y sin saber como saldría del atolladero, me subo al tablado, saco
la mercancía y con ello en la mano, empiezo a dar voces, que en este
momento no puedo explicar, lo dejo a la imaginación de cada uno, la
cosa es que cuando me quise dar cuanta, se habían vendido todos y a
buen precio.
Como
el negocio había salido bien, les invité a una cerveza en
el Bar Capitol, que se hallaba
en la misma plaza, una vez allí, comentamos diferentes cosas, al
mismo tiempo que bebíamos la
fría cerveza. Yo veía que
entraban Guardias Civiles,
por lo menos un Sargento y cuatro números, pero no lo di la menor
importancia, cuando más
descuidado estaba, con el vaso en posición de beber,
siento las pistolas en mi espalda al mismo tiempo que me gritaban
“manos arriba “. Mis únicas palabras
en aquel momento fueron: llevo pistola pero soy Policía, al
Sargento le dije que la documentación la llevaba en el bolsillo, pero
él, con lo nervioso que estaba, no acertaba a sacarla, entonces le dije
que si quería que la sacara yo, dijo que si, la saqué
y se la enseñé para que
viera la documentación que llevaba , una vez que la comprobó
detenidamente, al mismo tiempo que me la volvía a meter en el bolsillo,
me dijo que era su deber, ya que habían dado conocimiento al Cuartel,
de que en el Capitol había un hombre con pistola, y pensaron que podría
ser algún Maqui que se encontrara por allí, al final nos despedimos dándonos
la mano. Hay que tener en cuenta que estabamos en el año 1.948, y había
muchos Maquis, que se habían infiltrado por toda
España.
El que alguien me viera la pistola, hubo que ser en algún
movimiento fuera de lo normal, yo la llevaba con su buena funda
bien sujeta en la sobaquera, pero a veces como el demonio hace de
las suyas, es posible que al subir el brazo para beber la cerveza a lo
mejor se desplazó algo, y en esto sería cuando algún parroquiano del
bar, llegaría a poder verla, y no perdió tiempo para avisar a la
Guardia Civil. Yo
por la tarde, para regresar al pueblo en bicicleta, no me encontraba
capacitado, veía las cosas un poco turbias, por lo tanto uno de los
de mi pueblo, se hizo cargo de la bici, el cual se adelantó a
preparar la cena en Valdelinares, mientras yo, me hacía
cargo de su caballo y de los
cochinos que iban en las alforjas.
Empezamos la marcha
los otros dos y el que escribe esto, cada uno montado en una
caballería, todo fue bien hasta que al llegar al pueblo de Valdeluviel,
la juventud tenía el baile en la carretera, donde por fuerza teníamos
que pasar nosotros, salió uno diciendo que esperáramos un poco hasta
que se terminara la pieza, sin más palabras, me bajo del caballo, me
subo a un poyo que allí había, saco la pistola, y con dos disparos al
aire, no quedó nadie en la carretera, todos se fueron a esconder entre
las matas de las alubias que estaban bien altas, monté de nuevo en el
caballo y no habíamos andado 20 metros, cuando viene un hombre
corriendo con una linterna, su primera palabra fue: --quién ha tirado
los tiros—yo, contesté con
energía--- quién es Vd.--- mire, aquí está mi documentación, se
conoce que con la luz de la linterna, vio la orden de servicio
porque se limitó a decir: --pase, pase--, y sin detenernos más,
llegamos a Valdelinares. donde esperaba
el que se había adelantado con la bicicleta, éste, después de mucho
cavilar nos tenía
preparada la cena, y para postre, anís con azúcar.
Terminado el yantar, dimos una ronda por el pueblo, acompañando
nuestras canciones con el ruido de corbeteras
y sartenes, las primeras, chocando unas con otras, y para las segundas,
nos valíamos con una llave, que aunque no era muy bueno el ruido que
hacíamos, nos valía para hacer la digestión y espadillarnos
un poco.
Una vez pasado el gusanillo de la ronda, se cargaron las caballerías,
el de la bici esta vez no se adelantó y sin más, emprendimos el
camino, que según se encontraban las estrellas sería la media noche,
llevábamos andando en estas condiciones unos 20 minutos, cuando se
decidió por mayoría pasar allí la noche, hasta que llegara la
claridad de la mañana, para tal fin descargaron los caballos, les
dejaron sueltos y los cerdos quedaron en las alforjas bien atados, y
nosotros en un cerrar y abrir ojos, nos quedamos dormidos como benditos. Cuando
empezaba a clarear por oriente, nos interrumpieron el sueño unos
vecinos de Valdelinares, dando grandes voces diciendo que las caballerías estaban comiendo en los montones de gavillas, o sea, en la
mies que estaba preparada para llevarla a la era.
Sin esperar a más contemplaciones, se recogieron los caballos,
pero al contar los cerdos faltaba uno, nos vimos mal para encontrarle,
por fin lo localizamos bastante lejos entre dos gavillas de mies. A los
labradores que allí se encontraban, se les unieron algunos más, todos
daban voces amenazando y
diciendo que iban a llamar a los Civiles para que pagáramos el daño
que habían hecho los caballos . Nosotros no estabamos para escuchar a
nadie aligeramos lo más
posible para cargar todo, y sin hacer caso de sus lamentaciones,
emprendimos la marcha para nuestro pueblo.
Al parar por Nafría de Ucero
preguntamos sin tenían huevos a un par de hombres
que se encontraban en la calle, al principio, se quedaron mirando el uno al otro, luego dijeron que eso las mujeres lo
sabrían, por que ellos no se metían en esas
cosas, después de
regatear con aquella gente, nos vendieron docena y media,
aquella buena mujer que
pensaba que tenía el oro y el moro, no daba su brazo a torcer, y lo que
dijo ella desde el primer momento no hubo más remedio que pagárselo.
Al darla un duro de propina, ella pensó que habría puesto un
huevo de más, los sacó todos y los volvió a contar, al ver que no se
había equivocado, se puso contenta y dijo que
podíamos volver siempre
que pasáramos por allí. Seguidamente
nos reincorporamos al camino que
nos llevaría hasta nuestro pueblo, una vez
llegados, acordamos de comprar al
"tío Segundo"
una docena más de huevos, y con los de Nafría y estos, bien
fueran fritos, cocidos, o asados, hacer una merienda en el Cubillo, ya
que en ese tiempo estaban los chopos cubiertos de hojas, dando al
ambiente un placer que invitaba a recrearse en sus sombras.
Lo predicho se llevó a cabo con el consentimiento de los cuatro
ya que a escote, nadie es caro, se cocieron los huevos, se pelaron, se
partieron y con unas latas de atún, pan
del día y el famoso vino de la Ribera, con su agradable
chispita, que al pingar la bota, en los bigotes salpica.
En resumidas cuentas, quedamos satisfechos y después de dormir
la siesta, se acordó, en que el último que despertara, sería el
encargado de llamar a los demás, una vez todos en pié, se comentó
toda la historia pasada y seguidamente, todos contentos marchamos
cada uno a nuestra casa
Días después me enteré que en Valdelinares, el Sr. Alcalde había
reunido a todos los vecinos, con la sola intención de decretar que se
podía hacer con nosotros, ya que
los caballos habían hecho mucho daño en las mieses, no sacó nada en
limpio. Unos decían que intervinieran los Civiles, otros que mejor sería
que no nos arrimáramos por allí, no fuera que la hiciéramos más
gorda, total que vencieron estos últimos y todo quedó en nada. CONTINUARÁ.... Gerona, Noviembre del 2.002 Firmado: Pausilipo Oteo Gómez |