HISTORIA  DE  CUANDO  ME  HICE   PASAR  POR  MAQUI

      

                                                               Por Pausilipo Oteo Gómez

 

  El año l.945 me hallo cumpliendo el servicio militar en la frontera francesa pueblo Villanúa (Huesca ) al mando de la sección de transmisiones  de la Plana Mayor del 15 Batallón de Montaña, nuestra misión es, tender las líneas telefónicas entre los diferentes puntos avanzados, en previsión de alguna entrada del Maquis por el sector que está a cargo del Batallón.

  En el mes de Septiembre se me concede un mes de permiso, que seguidamente  emprendo el viaje para mi pueblo que es Santa María de las Hoyas (Soria) .

  Llegado que hube, saludo a la familia, y al día siguiente me reintegro a los trabajos del campo  que se realizan en dicha época.

  Mi padre había comprado un gran montón de paja de yeros y titos en Peñaranda (Burgos), y se pensó en familia, que ya que había venido yo, se podía empezar a traer lo antes posible, no fuera que a las nubes las diera por descargar agua, que una vez mojada dicha paja, aunque sólo fuera por la parte exterior, los inconvenientes para transportarla aumentarían.

  La susodicha paja se empleaba de alimento para las ovejas en los meses de invierno,  las apetecía tanto como el grano por  la gran cantidad de nutrientes que llevaba. Total se prepara la carreta con unos palos bien altos y tableros a los lados, las sacas para en su momento llenarlas, se uncen las vacas a la carreta, sin olvidar  las sogas, comida, bota para el vino, etc. y una mañana, bien temprano del mes de Septiembre, todo en movimiento nos unimos a la carretera, que paso a paso, nos llevaría con algunos descansos hasta el dicho pueblo.

  Las dos de la tarde marcaba mi reloj y como habíamos comido durante el viaje en lo alto de la carreta, al mismo tiempo que las vacas seguían carretera adelante, a su paso pero seguro, ya que no se vio  ningún coche, u otra cosa que las pudiera entorpecer en todo el trayecto, para mesa, habilitamos uno de los tableros, que más tarde serviría para contener la paja. Se saco de las alforjas, el pan, los chorizos y la bota de vino, y al compás del traqueteo de la carreta, dimos cuenta de nuestra comida  tan tranquilamente..

 Llegados a la era  donde se hallaba el montón de paja, los tableros se colocaron debidamente, con el fin de que no se perdiera en el camino de regreso, empleando mantas o cosa semejante, para evitar que la paja pudiera salirse por algún resquicio de la carreta. Una vez comprobado y todo en orden, se empezó a llenar valiéndonos con bieldos el cajón que formaban los tableros. con el espacio de la caja bien apretado, se pasó a llenar las sacas , esto era mucho más costoso, ya que debíamos estar uno sobre la carreta y el otro llenando el cesto de paja, para ir dándoselo al que estaba  encargado de apretarlo en las sacas. Con tiempo y paciencia se consiguió completar la carga que podía transportar la carreta. Una vez  recogidos  y colocados todos los bártulos en su correspondiente lugar, emprendimos la marcha hacia nuestro pueblo.

  Cuando el Sol se había escondido por entre las montañas, y las sombras de la noche lo cubrían todo, mi padre decidió  pernoctar junto a una pradera que se hallaba al lado de la carretera, para tal fin, nos colocamos en  un apeadero que allí había, desuncimos las vacas dejándolas sueltas paciendo la fresca hierba  a la orilla de un barranco y nosotros, sin más trámites, pasamos a consumir lo que teníamos para cenar.

  Nos hallábamos tan cerca de una finca sembrada de viñas, que, afinando la vista, se podían ver los racimos de negra uva, que invitaban a extender la manos, para coger dos que nos sirvieran de postre

  La vara de arrear las vacas una vez  hincada en tierra lo más posible, nos sirvió para colocar una pequeña linterna, que aunque no daba mucha luz, era suficiente para ver el contenido de la fiambrera.

   Cuando ya habíamos terminado de cenar, le dije a mi padre que me iba a por dos racimos de uvas,  sin pensarlo mucho me dijo:  --- son tuyas las uvas ,---- yo contesté que no,    entonces dijo: --- siendo así , déjalas  donde están --- No se habló mas del asunto. Contaré así de pasada una anécdota, de las muchas que se podrían decir de mi padre  referente a su rectitud.  Por el año de 1.933 mi hermana Nati, que en aquellas fechas  tendría siete años, se encontró en la calle un papel que la pareció bonito, lo llevó a casa para enseñárselo a los hermanos, pero mi padre que estaba también en la cocina, nada más ver el referido papel, nos dijo a todos que era un billete  del Banco de España por valor de 25 pesetas. Nos pusimos contentos por el hallazgo, pero él después de preguntar a la niña donde lo había hallado, dirigiéndose  a mi dijo: vete a casa del aguacil, ya sabes ese que se llama Nicomedes y le dices que dé un pregón, diciendo que el que haya perdido un billete de 25 pesetas   que vaya a casa del tío Felipe (el Santones) a recogerlo una vez que acredite, donde y como lo perdió. Sin terminar de dar el pregón por todo el pueblo, llegó un señor diciendo que dicho billete era de su propiedad, y que según sus cuentas lo había perdido en la calle  x,  como todo coincidía mi padre le entregó el billete al mismo tiempo que le decía: “¡toma, tuyo es el billete¡” .

  ..Después de  cenar parte de lo que había en la fiambrera, comentamos lo relativo al viaje tan largo con la carreta, ya que a las vacas no se las podía sacar de su paso.. Estábamos en esta conversa, cuando se presentó ante nosotros un señor con una carabina,  se dio  a conocer diciendo que era el guarda de la finca de las  uvas, una vez que le  alcanzamos la bota  un par de veces, se puso contento y no dejaba de mirar ora  a la fiambrera,  ora  a mi reloj de pulsera, se conoce  que no había visto ninguno, y quiso que le explicara como funcionaba, yo, por llevarle la corriente, le dije que me había costado 16 pesetas de segunda mano, y  que se lo compré a un Sargento  del Regimiento de Caballería en Zaragoza, después de darle toda esta clase de explicaciones  sobre el citado reloj,  nos dijo que su trabajo en los tiempos que corrían era muy comprometido y peligroso, ya que había visto más de una vez, alguna persona atravesando la finca sin detenerse y que según se comentaba eran  “Maquis” que habían logrado  infiltrasen entre las mallas del ejército que estaba destacado en la frontera francesa. Más tarde, mi padre, viéndole que no quitaba la vista de la fiambrera le dio un coscurro de pan  y un torrezno, que se lo comió en un santiamen y se veía que el hambre le había acompañado durante toda la tarde, luego fue a la viña y nos trajo dos racimos de uvas, no los queríamos, pero tanto insistió, que no nos quedó otro remedio que cogerlos, seguidamente se marchó  encargándonos que si podíamos dormir en lo alto de la carreta estaríamos más seguros.

  Las noches eran frescas por tal motivo en vez de dormir en la fría hierba, preparamos la cama en lo alto de la carreta, sobre todo ateniendo al consejo que nos había dado el de la carabina  y con una manta cada uno, pasamos la noche bastante bien

  Cuando las primeras luces del día aparecían por Oriente, nos despedazamos uncimos las vacas en la carreta, y a paso lento pero seguro, llegamos al pueblo de Brazacorta almorzamos  con las viandas que quedaban en la fiambrera, más tarde,, fuimos a una bodega para comprar 16 litros de vino, y con ellos llenar un garrafón que habíamos traído del pueblo con ese fin, sin olvidarnos la bota que entre unas cosas y otras, estaba ya casi en las últimas.

Resuelto el problema relacionado con este pueblo, emprendimos la marcha hacia el siguiente, llamado Alcubilla de Avellanada . Se dejaron las vacas uncidas en la carreta bajo la sombra de un gran nogal, con un caldero se traía el agua de la fuente para que bebieran y calmaran la sed que por las apariencias tenían, una vez terminado este menester, se las echó el pienso en unos fardeles destinados para dicho uso el pienso correspondiente  y que ya estaba calculado de ante mano.

  Atendidos los animales, nosotros nos dedicamos a procurarnos la comida, para ello mi padre me mandó a por una paletilla de cordero a la carnecería, que más tarde en la posada, hablando con la posadera decidimos que no la preparada frita y en trozos pequeños, frita la carne y los cubiertos en la mesa  pasamos a dar cuente de ello, que por cierto (dentro de la circunstancias ) estaba superior y además rociado con el  vino de marras.

  Una vez las vacas descansadas, nosotros bien comidos, emprendimos la marcha que nos llevaría casi sin paradas hasta nuestro pueblo. En Alcubilla llegó a mis oídos que en Quintanilla estaban de fiesta, no sé porqué, acordándome de esto le dije a mi padre que  me adelantaba, mientras él iba con la carreta poco  a poco; bien le pareció, por lo tanto empecé apretar el paso, antes de llegar a divisar el pueblo, ya que estaba situado en una recuesta, mis oídos percibieron la música, más bien el ruido producido por dos dulzainas y un tamboril, cuando ya me hallaba a vista del pueblo lo encontré más pequeño que lo  imaginado, se bailaba en una plazoleta, y por todos los indicios,  había hecho  las veces de era en los meses de la trilla, en el suelo se hallaban unas losas bastante grandes y aunque hacían un piso bastante desigual, no era óbice para que la juventud dejara de danzar.

  En aquella época y por estos pueblos, no hacía falta ser buen bailarín, lo único que se tenía que vigilar era que no se pisara a la pareja, y aunque mi reloj marcaba las 5 de la tarde, hora solar, los asientos de piedra de una casa que se hallaba junto al baile, se hallaban todos ocupados por mujeres, al parecer casadas, algunas habían traído su taburete instalándose en lugares  estratégicos con el fin de contemplar a su gusto los bailarines.Yo me quedé observando todo el contorno durante unos momentos, y aunque iba en traje de faena, creo (sin lanzar las campanas al vuelo), que era uno de los que más destacaba. Mi pantalón de mil rayas  (de moda  en aquella época) la camisa a cuadros remangada y mi reloj de pulsera en la muñeca, me encontraba a mis anchas en aquel pequeño pueblo.  No lejos del baile se hallaba un grupo de hombres y entre ellos la pareja de la Guardia Civil, los que le acompañaban, supongo que serían los más representativos del lugar.  En esta estaba cuando, sin pensarlo mucho, solicité  un baile a una moza que por su apariencia, más que del  terruño, parecía de capital,  no puso inconveniente  por lo tanto, salimos a dar vueltas como una pareja más.  Su cara alegre  con la sonrisa cautivadora, daba la sensación al mirarla, que te hallabas en primavera.  Se terminó la pieza, y sin saber porqué, nos quedamos charlando sobre la fiesta, cosas del pueblo, etc. etc. . Me salió muy habladora y en poco rato me explicó toda su vida con pelos y señales.

   Se empecató después de terminar otro baile en preguntarme, de dónde, cómo  y por qué estoy allí, con cara seria la comunico que mi presencia  es esporádica  y que lo sentía no poderla complacer en sus deseos, ella, vuelta a lo mismo, no sé qué pensamiento se me cruzó en la cabeza que en ese momento se engendraría todo lo acontecido seguidamente;  tanto me insistía  que no tuve más remedio que decirla algo, y ese algo fue que mi presencia allí era todo un secreto, al oír  esta última palabra, la picó de tal manera la curiosidad, que lo del secreto estaba en todas  sus palabras .

   A veces pasan cosas que no sabemos, cómo ni el porqué se presentan en ciertos momentos, tanto se empeñó, que para que me dejara en  paz sobre lo del secreto, que la dije todo serio: “Yo soy Maqui,  pasé la frontera franco-española burlando al ejercito  de

Franco y voy camino de mi pueblo que está cerca de Peñaranda”  No sé qué se imaginaría, ni qué la pasaría por la cabeza, que se puso toda blanca, y seguidamente totalmente mareada  se  cae al suelo, en aquel momento yo no sabía que hacer, me quedé como un pasmarote.  La gente se  arremolinó junto a ella, unos decían, “traed aguan del Carmen”, y otros: “mejor será agua bendita”, total que al rato no sé qué la dieron, que los ojos se  la  abrieron,  y empezó a decir: “Maqui, que es Maqui”. Yo sin pensarlo más, me abro  paso   entre el círculo que se había formado, y a galope tendido  bajo una cuestecita que había hasta la carretera, como me empece a cansar, pasé a trote  perruno, por el rabillo del ojo miraba  para atrás por ver si divisaba los civiles,  me los imaginaba cada uno  por un lado de la carretera, conforme lo que dice el artículo  15 de  su cartilla, sin dejar el trote perruno, llegaban a mi mente extraños pensamientos  y me representaba que me tirarían algún tiro con el fin de que me detuviera, a semejanza de los corsarios alemanes durante la Segunda Guerra Mundial cuando en pleno océano  divisaban alguna presa.

   En estas cavilaciones estaba, cuando veo un carro que venía en sentido inverso de  mi dirección, pronto me di cuenta de que era el tabernero de mi pueblo llamado, Bernardino Oteo, de apodo “el Carpio”, igual nombre que uno de los doce pares de  Francia. Cuando llegó a mi altura, no tuve tiempo de explicaciones, sólo le dije que si veía a los civiles, los sujetara, para que me dieran tiempo hasta llegar a la carreta. Quedé  más tranquilo y en vez del trote ya mencionado anteriormente, pasé a un paso entre ligero y normal.

    Divisé la carreta que se acercaba al pueblo de Guijosa, y esto me dio ánimos para aflojar el paso,  y aunque el  peligro había pasado por el momento, no dejaba de mirar instintivamente al trozo de carretera  que quedaba a mis espaldas. Cuando llegué a  la carreta, mi padre  dijo que si me había pasado algo, no tuve tiempo  para decirle nada, subí a la parte superior de las sacas, me coloqué entre dos que me servirían  en caso necesario de barricada. No llevaba armas, ni ofensivas ni defensivas, pero desde el punto en que me hallaba a semejanza de una tribuna, me parecía  que con la palabra, podía convencer incluso a los civiles.

    Cruzamos el pueblo de Guijosa y a la altura del cementerio, mirando a la izquierda, desde mi observatorio, podía ver a mis anchas el torreón del convento que tan famoso fue en tiempos pasados;  abandonado a  raíz   de la desamortización de Mendizábal.

    Sin más cosas dignas de anotar en esta historia, llegamos a nuestro pueblo, se colocó la carreta en paralelo  con relación  por donde había de meterse la paja, se soltaron las vacas y después de llevarlas a beber agua al pilón de la fuente, regresaron a la cuadra donde las esperaba un buen pienso.

 

               Girona, Marzo del 2.003   . Firmado: Pausilipo  Oteo  Gómez